viernes, 9 de noviembre de 2012

TIEMPO FELICES

Me apetece ahora recordar tiempos pasados y felices. Mis tres señoritas. Lucía, Maria Dolores y Demetria.

La señorita Lucía me dio clases de primarias durante un verano en Málaga. Tenía yo diez años y pensaron mis padres que sería bueno tener tareas y ejercicios durante eso tres meses. Era un encanto. Me sentaba en su salita y comenzó a potenciar algo que yo tenía: inteligencia y capacidad…bueno eso decía ella.
Y lo que hizo fue prepararme para que, a mi vuelta a casa, pudiera pensar en hacer el examen de ingreso para comenzar el Bachillerato. No se limitó a “ponerme deberes”  que era para lo que había sido contratada, sino que se volcó conmigo y no vayan a pensar en una señora mayor, no, era una chica joven con novio que muchos días participaba en la clase.
 Debo decir que siempre me he enamorado de mis profesoras lo cual ayudaba mucho. Y Lucia fue la primera…
 A mi vuelta a casa me examiné ante un tribunal formado por catedráticos, que venían de Granada, y aprobé brillantemente.
Gracias, Lucia. Sesenta y cuatro años después aún te recuerdo con cariño.
A la señorita Maria Dolores la conocí cuando estudiaba quinto de Bachiller, impartía Literatura y Latín. Soltera, de familia adinerada, de sobrio vestir y poseedora de un magnetismo literario que me sedujo. Tuve con ella un trato especial quizás porque ella advirtió mi entrega total a su saber. Ella me enseñó a declinar y conjugar verbos latinos; con ella (y treinta compañeros más) traduje la Guerra de las Galias; me hizo comprender el ablativo absoluto (Hoc est mihi solatio); me inició en la lectura del Romancero del medievo y me prestó libros que ella consideraba indispensables para mi formación. Me habló de Séneca y lo suave que era la muerte al desangrarse y de lo cerca que ella había estado. Aquello me tuvo, preocupado mucho tiempo y frecuentemente le miraba las muñecas buscando cicatrices delatoras. Pasado mucho tiempo comprendí que hemorragias, de otros orígenes, sobre todo en mujeres, pueden causar serios problemas. Mirado con posterior perspectiva creo que debía pertenecer al Opus o similares ya que describía con todo detalle el Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona en Mayo de 1952.
Hoy le agradezco profundamente su interés por mí y mis inquietudes y sobre todo su cercanía… y además era terriblemente simpática. ¡El colmo! Al terminar el curso me regaló un libro. “Los siete infantes de Lara”.
Y llegamos a Demetria, profesora de Matemáticas. Para mi Demetria y tiza iban juntos. Era una profesora de pizarra. Bajaba de su tarima y comenzaba un verdadero “show”. Nos preguntaba cual era la lección del día, se lo decíamos y a partir de ahí nos abría los ojos sobre este teorema, aquella hipótesis, aquel corolario…Yo sabía que al año siguiente tendríamos como profesor de la misma materia a un teniente coronel de Ingenieros que a través de nuestros conocimientos juzgaría de forma indirecta la labor de Demetria, y ella también lo sabía por lo que orgullosamente y tiza en mano parecía decir ¡ahí queda eso! El que yo lo supiera era fruto de mi amistad con un hijo del teniente coronel, no de análisis psicológicos del personaje. A Demetría le pedí con insistencia que me explicara el número “Pi”.

Termino el recuerdo a mis profesoras con Doña Clotilde, francesa de nacionalidad y enseñante de su idioma. Una agradable señora, esposa de un antiguo Cónsul que intentaba que al menos aprendiésemos algo de su idioma. Yo, normalmente serio y cumplidor, quise ser gracioso ante mis compañeros. Me tocó leer un trozo de un relato que se llamaba “Le courtissane embarrassé”. Sabía yo de sobra que su traducción era “El cortesano en apuro” pero dije, con voz alta y  clara:
 “El cortesano embarazado”. La broma me costó un cero y el enfado de Mme.Clotilde.
 Al terminar la clase me acerqué a disculparme por la broma, cariñosamente me acarició la mano y sonrió. Una gran señora… pero no me quitó el cero.

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